domingo, 27 de marzo de 2011

Amplitud ortiva

Ya llevo más de una semana acá y aún no me adapto. Es posible que la explicación sea que mi cerebro no se ha poroseado lo suficiente y que el estúpido interés monetario no ha carcomido lo poco que queda de mi integridad. Supongo que cuando esto pase, me sentiré como en casa. Como en la típica casa medellinense a la que llegas después de 11 horas de trabajo porque eres un empleado de confianza, con la bolsita del centro comercial (tu actividad preferida y la única posible), a comer cualquier cosa que facilite el colapso o la explosión de tus intestinos, a ver televisón y caer medio muerto para al otro día levantarte y repetir indefinidamente lo ya expuesto y el acto asqueroso de sonreír y saludar cuando en realidad lo que quisieras es mandar a todo el mundo a la mierda o aún mejor, inmolarte justo ahí en tu cúbiculo supervisado mientras tu jefe te hace una solicitud.

Pensándolo bien, es esto lo que necesito. Subvertir de una vez por todas mis significados de integridad, darse por el culo y demás cuestiones filosóficas. Porque ¿cuáles son mis opciones? ¿De dónde saco la plata para la cerveza, la diversión, el transporte, el estudio, los viajes y un espacio propio?

Revelada contra toda entidad que use descaradamente mis manos y mi tiempo para propagar sus ideas totalitarias de capitalismo tercermundista, sus estrategias masivas de embrutecimiento y su visión obnubilada de la riqueza y del poder, he quedado sin un peso (literalmente) y he vuelto a los años adolescentes de total dependencia económica de mis padres. La situación es desesperante y esta eternidad aquí me ha puesto a pensar en círculos cuyo centro es la frustración, circunferencia una masa informe y contenido la nada, en una cosa, un delirio: la independencia es inviable y si el pensamiento quiere ser libre deberá abstraerse de tales disertaciones.

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